miércoles, 11 de junio de 2014

El rol del psicomotricista

La actitud del psicomotricista en la práctica psicomotriz está basada en un principio filosófico que se mantiene en todas las relaciones: el de "creer en la persona".
Cualquiera que sea su edad, el problema o la discapacidad, el niño ha de ser considerado ante todo como una persona con una experiencia única, que debe ser acogida con el mayor respeto.
 
Según Lapierre y Aucouturier (1985), destacamos tres funciones como las más importantes que debe tener todo practicante de la psicomotricidad. Miguel Llorca y Josefina Sánchez, en su libro "Psicomotricidad y Necesidades Educativas Especiales", lo recogen de la siguiente forma:
 
  1. Tener capacidad de escucha.
Para que haya escucha tiene que haber observación. Para que se produzca la observación es necesario, por una parte, pararse en la acción, observar a los niños y a las niñas en la sala para podernos trazar un proyecto pedagógico en base al momento evolutivo del grupo y de cada niño dentro de éste.
Por otra parte, la escucha del niño requiere descentración del psicomotricista para poder situarse en el lugar del otro. El psicomotricista ha de ser sensible a la emoción del niño, pero sin dejarse invadir por ella, ayudándole a evolucionar a partir de la relación afectiva que se produce. Es importante percibir al niño en la dinámica global de la relación, del investimento que va haciendo del lugar, de los materiales y de las personas. Se trata en definitiva de comprender el significado de lo que hace, de lo que puede estar sintiendo.

 
 
2. Ser compañero simbólico implicándose en la actividad de la sala.
 
El psicomotricista es además un compañero "simbólico" que se inscribe en el juego del niño. Utiliza el lenguaje y el material par el juego; ayuda a construir con los materiales. Utiliza el lenguaje para construir y elaborar a partir de lo que ha visto que los niños y niñas hacen, ofreciendo continuamente el reflejo de la realidad.
El psicomotricista ofrece al niño el cuerpo como lugar simbólico de acogida, de proyección de sus fantasmas, lugar de seguridad o de angustia, lugar a investir, a amar, a dominar o a destruir (Lapierre y Aucouturier, 1980).



 
 
3. Ser símbolo de la ley, límite entre la realidad y la fantasía.
 
En la sala de psicomotricidad, al igual que el maestro en su aula, representa la ley; una ley que asegura la libertad y la convivencia del grupo. La ley en esta práctica va unida a la seguridad. En la sala de psicomotricidad hay muchas cosas que están permitidas, pero esta permisividad  sólo adquiere sentido dentro de un orden asegurador. El psicomotricista, por tanto, significa la ley para el niño y la niña, de forma clara pero no rígida. En cada caso el psicomotricista velará por la seguridad del grupo, interviniendo de manera ajustada a la demanda del niño.




 
 

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